Un nuevo estudio de la Universidad de Washington reveló que la interacción inteligencias artificiales como Alexa y Siri no terminan por afectar las relaciones interpersonales de los niños con los demás. Desde hace un tiempo se escuchan opiniones respecto a cómo la interacción con estos bots puede afectar en cómo la persona se relaciona con los demás.

Ahora este estudio prueba que al menos los niños tienen la capacidad suficiente para entender el contexto y saber que hablan con un robot en lugar de una persona y viceversa. El experimento se hizo con 20 niños y sus padres que visitaron las instalaciones de la universidad para el experimento.

Interfaz que vieron los niños.

La idea era que los niños hablaron con dos bots, uno con forma de robot y otro con forma de cactus. Ambos individuos aparecían en una pantalla y declaraban desde el principio ser robots, aunque en realidad era la voz de un científico a través de un sintetizador. Luego de presentarse, el robot declaraba que a veces podía fallar y empezar a hablar lentamente y que la única «cura» era que los niños dijeran «Bungo».

Habla más rápido

Como era de esperar, el científico comenzaba a hablar lentamente y los niños decían «bungo» para ayudarle. Al final del experimento todos los niños decían la palabra para acelerar el discurso del robot, aunque algunos mostraban leve frustración.

Al finalizar el experimento, los niños volvían a casa y se les pedía a los padres que hicieran lo mismo que el robot. El 70% de los niños dijeron «bungo» a sus padres de manera juguetona, mientras que el resto señalaba a sus padres que hablaban como un robot y les pedían que dejaran de hacerlo.

Posteriormente visitaban la universidad por última vez y los científicos repetían el ejercicio sin la presencia del robot. Los niños se comportaron igual que con sus padres, o bien diciendo «bungo» o bien señalando que el interlocutor hablaba con un robot.

Para los investigadores esto deja claro que los infantes sabían diferenciar perfectamente a un robot de una persona, y que entendían el contexto. Los niños que decían «bungo» a los humanos entendían que estos no eran un robot y que el comando no funcionaría con personas, pero lo hacían como una especie de chiste interno.

Mientras que los que no decían bungo, veían la diferencia pero no seguían el juego ya que no querían borrar la línea que divide a los humanos de los bots. Esto no solo acabaría con el debate del efecto negativo de los bots en nuestras vidas, sino que abriría la puerta a la educación a través de inteligencias artificiales para los menores de edad.

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