Los humanos constituyen una especie longeva en comparación con muchos otros organismos complejos en la Tierra, pero su duración depende también de un abanico de factores muy difìcil de controlar y que ocurren de manera aleatoria a lo largo de la vida. Pero, si omitimos las causas de muerte más comunes en nuestro mundo y tiempo actual, la cuenta final podría oscilar entre 120 y 150 años.
Un nuevo estudio publicado en la revista Nature Communications destaca que, incluso si logramos evadir las cosas que suelen matarnos, nuestro cuerpo sucumbirá en algún momento al deterioro. Por lo que, incluso aunque la investigación de tratamientos para enfermedades graves avance al punto de sanarlas por completo, la temida muerte llegará sin falta.
Estudiando el «ritmo de envejecimiento» y la duración de la vida humana
Para llegar a esta conclusión, los investigadores de una empresa con sede en Singapur llamada Gero examinaron el «ritmo de envejecimiento» humano en tres grandes cohortes en los Estados Unidos, Reino Unido y Rusia. En el proceso, evaluaron las desviaciones de la estabilidad de la salud, los cambios en los recuentos de células sanguíneas y el número de pasos realizados en función de la edad.
Los resultados mostraron que el cuerpo humano tiene la capacidad de autorregularse tras experimentar una interrupción en su equilibrio. De hecho, tanto el recuento de células sanguíneas como el recuento de pasos mostraron el mismo patrón de regulación.
Duración de la vida de un humano libre de los factores estresantes típicos
Conforme aumentaba la edad, algún factor adicional a la enfermedad causaba una disminución predecible y con tendencia a incrementarse en la capacidad del cuerpo para estabilizar los niveles de células sanguíneas y el recuento de pasos.
Tras identificar este patrón, los investigadores lo usaron para determinar cuándo esta dinámica desencadenaría la muerte en las cohortes humanas evaluadas. El resultado fue un rango de 120 a 150 años como máximo para la duración de la vida de un humano (omitiendo, como mencionamos al principio, las causas de muerte más habituales).
Si bien parece increíble, los casos más longevos documentados hasta ahora entran perfectamente dentro de este rango. Por ejemplo, en 1997, Jeanne Calment, murió en Francia a la edad de 122 años y, hasta ahora, se mantiene como la persona de mayor edad que jamás haya vivido.
A medida que aumenta la edad, nuestro cuerpo experimenta una serie de cambios que, poco a poco, limitan su capacidad de recuperación. Una persona joven y sana puede tener una respuesta fisiológica rápida que le ayuda a adaptarse a las fluctuaciones de la vida y restaurar su equilibrio. En cambio, en una persona mayor los procesos ocurren de forma más lenta, como amortiguada, e incluso puede experimentar «sobreimpulsos», es decir, consecuencias a largo plazo tras experimentar un desajuste.
El mismo patrón en variables muy diferentes
Lo más curioso es que las mediciones de presión arterial y el recuento de células sanguíneas tienen un rango de normalidad bien establecido en los humanos. Sin embargo, los recuentos de pasos son muy personales, no están tan estandarizados como los anteriores.
Pero, a pesar de ser variables tan diferentes, mostraron un patrón similar de disminución en el tiempo. Los investigadores creen que podría tratarse de un factor real de envejecimiento que conectar diferentes aspectos de la salud humana.
Otro punto que no podemos dejar de mencionar es que ciertos factores sociales parecen estar vinculados también con la duración de la vida de los humanos. Por ejemplo, los investigadores notaron «un giro pronunciado alrededor de la edad de 35 a 40 años» en la capacidad de regulación.
Y, como muchos saben, esta suele ser la etapa en la que termina la carrera deportiva de muchos atletas. Puede que en este período ocurra una respuesta fisiológica que detone los cambios observados en este estudio, y que dejan evidencia del deterioro típico de una vida.
Referencia:
Longitudinal analysis of blood markers reveals progressive loss of resilience and predicts human lifespan limit. https://www.nature.com/articles/s41467-021-23014-1
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