Tanto los ensayos clínicos previos a la aprobación de emergencia como los programas de vacunación masiva contra COVID-19 han mostrado que los receptores pueden experimentar síntomas tras la inyección. No obstante, puede que otros dos factores, más allá de la respuesta inmunitaria estimulada por la vacuna, estén contribuyendo en ello: el efecto nocebo y la histeria colectiva.
Preocupación por efectos secundarios de las vacunas sigue latente
Los efectos secundarios de las vacunas contra la COVID-19 distribuidas hasta el momento no han logrado ser opacados por ninguna otra noticia hasta ahora. Los casos de trombosis detectados entre los receptores de la desarrollada por el equipo de la Universidad de Oxford y el laboratorio AstraZeneca han detonado temor y repudio hacia el medicamento, incluso antes de que los reguladores sanitarios investigaran bien el trasfondo.

Pero lejos de pecar de amarillismo, la preocupación del público es comprensible pues bien sabemos las consecuencias letales que pueden tener los episodios de coagulación de la sangre. La trombosis es algo que los humanos deberían evitar, aunque muchos factores de estilo de vida bien identificados también influyen, pero generan menos alarma en la población.
Sin embargo, fuera de estos casos aún en investigación, ¿es normal o no experimentar algún efecto secundario leve tras recibir una vacuna? La respuesta parece ser sí, y tiene una explicación muy lógica que nos invita a repasar algunos aspectos sobre el sistema inmune, la función de las vacunas y el efecto nocebo.
¿Por qué las vacunas pueden generar efectos secundarios?
De manera general, las vacunas cumplen la función de introducir el virus inactivado o un fragmento de este en el organismo para que el sistema inmune lo detecte y genere anticuerpos para batallar contra él.
El proceso podría compararse con una infección, pero sin los riesgos que suele conllevar esta. Además, la respuesta inmunitaria es mucho más fuerte y duradera, lo que garantiza protección contra el patógeno durante largo tiempo.
Esta reacción puede generar síntomas, como los que solemos experimentar cuando nos infectamos con algún microbio: dolor, fatiga y fiebre. Y cabe recordar que la fiebre, considerada benigna, es una clara señal de que nuestro cuerpo está trabajando en solventar el problema.
Pero como mencionamos al principio, otros factores pueden estar haciendo de las suyas en la bonanza de efectos secundarios que experimentan las personas vacunadas recientemente. Primero hablaremos del efecto nocebo, el hermano gemelo malvado del efecto placebo del que tanto se habló en los ensayos de las vacunas contra COVID-19.
Efecto nocebo, el gemelo malvado del placebo
En una nota previa dedicada a los placebos explicamos que son sustancias inofensivas y sin ningún efecto que se usan para comparar el efecto de un medicamento que se está probando. Por lo general, las personas no saben que no están recibiendo el medicamento en cuestión.
Aunque suene increíble, las personas que los reciben, por lo general clasificadas como individuos o grupos de control, pueden llegar a experimentar beneficios del medicamento que los investigadores suministraron a los sujetos experimentales. Esto se ha atribuido a la preparación mental u optimismo asociado a pensar que están recibiendo un tratamiento o vacuna.
Pero existe una versión antagónica, denominada efecto nocebo, del que hablamos en una nota en 2019. En este caso, la predisposición mental o poca confianza en el medicamento conduce a síntomas negativos tras su recepción.
Es probable que hayamos visto varios ejemplos de efecto nocebo desde que comenzó la distribución de las vacunas contra COVID-19, por la amplia exposición a información, muchas veces negativa. Lo curioso es que esto se observó también durante los ensayos clínicos, entre las personas que recibieron el placebo y no la vacuna como tal.
Personas que recibieron placebos durante los ensayos clínicos también reportaron efectos secundarios
Como ejemplo, el estudio clínico de Pfizer-BioNtech, en el que 84 por ciento de los participantes experimentó dolor o picazón en el lugar de la inyección durante la semana después de tomar una dosis; 63 por ciento también experimentó fatiga, mientras que el 55 por ciento reportó dolores de cabeza. Todos estos síntomas se consideran normales.
Pero aproximadamente un tercio de las personas que recibieron el placebo (una solución salina) informaron que experimentaron fatiga o dolor de cabeza. Además, alrededor del 12 por ciento experimentó diarrea después de la primera inyección, una proporción que resultó mayor que la observada en el grupo vacunado.
Si lo pensamos con detenimiento, la vacuna o el placebo no necesariamente fueran los responsables de dichos síntomas; bien sabemos que estos pueden aparecer por otras razones. Y también puede que este sea un excelente ejemplo del efecto nocebo, estimulado por la histeria colectiva estimulada por los medios durante el desarrollo de las vacunas.
Dicen que nuestros pensamientos tienen mucho peso en lo que ocurre en nuestra vida, y de hecho, varios estudios vinculan la salud mental con la física. Los efectos placebo y nocebo pueden ser un buen ejemplo de ello.
Referencias:
Pfizer-BioNtech COVID-19 vaccine (BNT162, PF-07302048). Vaccines and related biological products advisory committee briefing document. https://www.fda.gov/media/144246/download
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