El ejercicio es vital para todos nosotros en cada etapa de nuestra vida. Sin embargo, durante la infancia puede llegar a ser incluso más determinante, porque crea las bases de lo que serán nuestros hábitos en la vida adulta. Este patrón también se repite para los niños con autismo, cuya actividad física disminuye significativamente a medida que crecen.
Con su estudio, los investigadores J. Dahlgren, S. Healy, M. MacDonald, J. Geldhof, K. Palmiere y J.A. Haegele lograron determinar un lapso de tiempo aproximado en el que esta disminución comienza. Como resultado, la información publicada en la revista científica Autism del National Autistic Society podría dar a los médicos y padres una idea más clara de cuándo comenzar a intervenir para mantener la salud física de los niños.
Como sabemos, el ejercicio es fundamental para el desarrollo sano de los más pequeños. Son obstante, los casos de niños con necesidades especiales, como aquellos con autismo, rara vez suelen mantener un alto nivel de actividad física a medida que crecen y su cotidianidad se va más a tareas cognitivas en las que se destacan.
Un estudio fuera de lo común
La investigación de la Universidad Estatal de Oregon es una de las primeras en estudiar longitudinalmente la actividad física y presencia en la vida de niños con autismo. Con su estudio, trabajaron con bases de datos de familias irlandesas, un seguimiento de casi una década (desde el 2007 hasta el 2016) y entrevistas para los niños autistas y los grupos control.
Específicamente, 88 niños con autismo y 88 controles sin él se presentaron a seguimiento a los 9, 13 y 17-18 años. En cada oportunidad, los investigadores midieron el tiempo a la semana que cada niño pasaba realizando actividades físicas moderadas o vigorosas. Asimismo, también compararon las horas totales a la semana que pasaban ambos grupos frente a pantallas como televisores, teléfonos y laptops.
Después de los 9 años, los niños con autismo bajan significativamente sus niveles de actividad física
En primer lugar, los investigadores notaron que los 9 años de edad se convirtieron en un punto de partida para el declive. Al momento de esta primera entrevista, los niveles de actividad física de los niños con autismo no eran menores a los del grupo control.
Sin embargo, esto cambió notoriamente en cuatro años. Debido a esto, para el momento del segundo control (a los 13 años) los niños con autismo tenían tiempos de actividad física significativamente menores. De hecho, mientras el grupo control reportaba al menos nueve días de ejercicio cada dos semanas, los niños autistas solo marcaban dos.
Por su parte, las horas de exposición a las pantallas no variaron demasiado entre ambos grupos. Lo que implicó que la condición de autismo no tiene un efecto diferenciador en este ámbito de la vida de los niños.
El declive se prolongó hasta la adolescencia
Para el último momento de seguimiento, los investigadores notaron que el bajón más grande se dio en el área del ejercicio vigoroso. Con la llegada de la adolescencia, este continuó bajando y muchos de los niños con autismo que solo tenían dos días de actividad física, pasaron a no tener ninguno.
Por otro lado, el ejercicio moderado tuvo un repunte y se posicionó en valores similares a los del grupo control. Con esta información, podemos ver que las actividades más extenuantes suelen salir del mapa de los niños con autismo, pero que al menos algún tipo de entrenamiento medio sí se mantiene en sus vidas.
Un primer paso
Los investigadores reconocen que su estudio no tiene todas las respuestas y que no deja por completo claro en qué momento concreto inicia el declive en la actividad física. No obstante, el intervalo de edad (entre los 9 y los 13 años) ofrece una primera idea de a dónde deberían apuntarse los esfuerzos para disminuir las diferencias entre los niños con autismo y los que no lo tienen.
Referencia:
Physical activity and screen time among youth with autism: A longitudinal analysis from 9 to 18 years: https://doi.org/10.1177%2F1362361320981314