En la actualidad, cuando nos diagnostican gastritis (la fase previa de las úlceras estomacales) nuestra solución inmediata es comprar un antibiótico para combatir la infección. Hace tan solo unas décadas atrás, esta asociación no era tan natural. De hecho, era incluso rechazada por el mundo de la medicina. Esto cambió después de que el médico Barry Marshall tomara cartas en el asunto y realizara el experimento que cambió todo.
Para este momento, sabemos que existen más de mil tipos diferentes de bacterias tan solo en nuestro estómago e intestinos. Sin embargo, para la década de los ochenta, esta era una idea casi imposible. Sobre todo porque se consideraba que el ácido estomacal (con un PH de 1-2) era un ambiente en el que las bacterias simplemente no podían subsistir.
En los tiempos que corren ya sabemos que esto no es solo posible, sino que es una realidad que se repite en el organismo de cada uno de nosotros. Ahora, esta verdad nos es tan natural que ni siquiera pensamos mucho en ella. Sin embargo, décadas antes, Marshall tuvo que poner hasta su propia salud en juego para que se aceptara. Como un merecido reconocimiento, recordemos su camino, sus intentos y la gran contribución que ha hecho para la medicina moderna.
Primeros años de Barry Marshall

Barry James Marshall nació en Kalgoorlie, Australia, el 30 de septiembre de 1951. Allí pasó su primera infancia junto a sus tres hermanos. A sus 8 años toda la familia cambió de domicilio para ubicarse en Perth, lugar en el que Barry crecería y descubriría su amor por la medicina.
Su padre era ingeniero de refrigeración y trabajaba en una fábrica procesadora de pollos de la zona. Por su parte, su madre era enfermera, y sería con los libros de medicina que ella mantenía en su hogar que Marshall tendría sus primeros contactos con el mundo de la medicina.
Para cuando llegó el momento de entrar a la universidad, la decisión de su carrera ya estaba tomada. A pesar de que en el colegio y liceo nunca fue un alumno particularmente destacado, sus conocimientos le permitieron pasar tanto el examen como la entrevista de admisión a la Escuela de medicina de la Universidad de Australia Occidental.
Mantener la mente abierta: la decisión que llevó a Barry Marshall a su icónico experimento
Una vez ingresó a la Escuela de Medicina, Marshall comenzó a notar un enfoque particularmente absolutista cuando se hablaba del proceso de diagnóstico de pacientes. Según él, la academia básicamente dictaminaba que no había enfermedad que no se pudiera diagnosticar. Por lo que, cualquier cosa que cayera fuera de la regla o del patrón usualmente terminaba subestimado o ignorado. Pero, para Marshall esta simplemente no podía ser la respuesta.
Fue básicamente esta forma de pensar la que luego llevaría a Barry Marshall a hacer el experimento que lo identifica hasta hoy. Sin embargo, antes de llegar a él, aún tenía mucho camino que recorrer –y una parte de este comenzaría con el encuentro de las dos mentes que compartirían el Nobel en años venideros–.
Barry Marshall conoce a Robin Warren: la historia inicia

Para el momento en el que el estudiante interno Barry Marshall conoció al médico del Royal Perth Hospital, Robin Warren, sus intereses en la (entonces no reconocida) microbiota del estómago los hicieron afines.
Desde 1981, Marshall formó parte de la unidad de gastroenterología del centro médico y allí vio cómo poco a poco los pacientes con gastritis y úlceras sucumbían ante la patología o ante los particulares procedimientos de la época. Para ese momento, su curiosidad lo llevó a pensar que tenía que haber más detrás de esta enfermedad y que, efectivamente, no podía ser solo causa del estrés o una mala alimentación.
Para ese momento, Warren ya llevaba dos años hablando a sus colegas sobre una bacteria que había descubierto en los ácidos intestinales de las personas con úlceras. Sin embargo, debido a la creencia de que el ácido del estómago no permitía la vida de estos patógenos, la mayoría no le prestó atención.
Fue por este momento que Warren y Marshall comenzaron sus colaboraciones, ya que el último sí consideraba que era necesario estudiar el fenómeno al menos como una posibilidad.
Así era el tratamiento de las úlceras antes de Marshall
Antes de que Marshall y Warren llegaran para revolucionar la medicina con su descubrimiento, las úlceras eran tratadas como dos elementos muy distintos. Por un lado, se planteaba que eran producto de la mala alimentación; debido a lo cual se las trataba con antiácidos y afines. Por el otro, se hablaba de que era simplemente una reacción producida por el estrés, ¡e incluso se remitía a las personas a un psicólogo!
En caso de que ninguna de estas opciones funcionara (lo que solía pasar en la mayoría de los casos) entonces era momento de pasar a la siguiente opción: la cirugía. Con ella, los doctores extirparían la parte del estómago afectada y volverían a conectar todos los órganos. Por lo general, luego de esto las úlceras de los pacientes no volvían… pero tampoco solían hacerlo cosas como, por ejemplo, su apetito.
Descubriendo la bacteria Helicobacter pylori

En un principio, tanto Barry Marshall como Robin Warren trabajaron en un experimento que implicaba el cultivo de estas misteriosas bacterias. Hasta el momento, Warren solo las había obtenido de muestras –y sus colegas las habían rechazado alegando que simplemente estaban allí a causa de la contaminación de la muestra–.
Por este motivo, era importante poder ver crecer a las bacterias desde cero, de forma que se comprobara que sí podían hacer vida en el ácido estomacal. De hecho, en un principio, esta fue justamente la meta del par de médicos. Sin embargo como sabemos, su descubrimiento llevaría a mucho más.
Inicialmente, sus intentos fueron infructuosos. Todo debido a que se desechaban las muestras de cultivo siempre al segundo día. Para entonces, era una práctica común ya que se consideraba como válido solo el primer día de reacción y se hablaba de que en el segundo ya la muestra estaba contaminada.
Sin embargo, la bacteria causante de las úlceras es de crecimiento lento y esto lo descubrió Marshall cuando dejó un cultivo por más tiempo del reglamentariamente establecido. Allí fue cuando pudo notar a las Helicobacter pylori, como decidió llamarlas en el momento, y corroborar que estas bacterias efectivamente podían hacer vida en nuestro estómago.
Con esto, Warren y Marshall estarían dando el primer paso para cambiar la medicina de su campo. Después de todo, estaban comprobando que la úlcera no era una consecuencia del estrés, no que era causada por una mala alimentación, sino que se trataba de una infección que debía tratarse con antibióticos. Sin embargo, esta se trataba solo de la punta del iceberg y era necesario realizar más investigaciones.
Barry Marshall se decide a hacer un experimento, pero el proceso no es fácil

Luego de este primer gran descubrimiento, Robin Warren y Barry Marshall se dieron a la tarea de llevar a cabo un experimento para comprobar el crecimiento de las H. pylori en un organismo vivo. Según las muestras que tomaron de más de 100 pacientes, todos estos tenían la bacteria en su organismo. Por lo que, los médicos vieron necesario hacer investigaciones para determinar cómo podía crecer esta allí.
Sin embargo, para entonces no se sabía que H. pylori solo afecta a los primates. Por lo que los experimentos fallidos en ratas, ratones y cerdos fueron descorazonadores al principio. Pero esto no hizo que Marshall se rindiera, e incluso intentó hacer un modelo de ensayo experimental que incluyera a humanos. No obstante, su petición fue inmediatamente rechazada. Los médicos habían llegado a un callejón sin salida.
Infectarse a sí mismo: el experimento que llevó a Barry Marshall a probar la existencia de Helicobacter pylori en nuestro organismo
Dice la sabiduría popular que “a tiempos desesperados, medidas desesperadas” y es una de las frases que mejor describe las acciones de Marshall. A pesar de sus deseos, ni él ni Warren conseguirían el permiso para realizar los experimentos que requerían. Por esto, en ese momento se encontró ante dos opciones: seguir adelante sin importar qué, o abandonar su investigación… ya todos sabemos cuál fue su resolución.
Para el momento en el que todas las vías se le cerraban, Barry Marshall tomó la única que seguía abierta para él: realizar el experimento en sí mismo. En su momento, el médico tomó esta decisión por su cuenta y no informó de ella ni a su esposa ni a su colega. De hecho, Marshall simplemente tomó una de las muestras del laboratorio, la mezcló en un caldo y se la bebió.
Antes de intentar deliberadamente causarse una úlcera, Marshall se había hecho una biopsia intestinal de control, para asegurarse de que H. pylori no estaba desde antes en su organismo. Afectivamente, en esa primera lectura las bacterias no se encontraban por ningún lado. Pero, unos cinco días después, cuando el médico comenzó a presentar nauseas, dolores fuertes en el estómago, mal aliento y agotamiento general, la historia fue muy distinta.
Después de hacer análisis, no solo se determinó que Marshall había desarrollado gastritis, sino que su estómago estaba poblado con la bacteria H. pylori. Solo fue entonces cuando el médico finalmente reveló su secreto tanto a su esposa como a su colega. Acto seguido, tomó un antibiótico y pocos días después estaba como nuevo… sin antiácidos… sin antidepresivos… y definitivamente sin cirugía.
Marshall se enfrenta al escepticismo de la comunidad científica
Lastimosamente, ni siquiera este acto de valentía se ganó la credibilidad del la comunidad médica y científica. En realidad, la primera vez que presentó los resultados de su experimento ante la Royal Australasian College of Physicians, Barry Marshall experimentó por primera vez el escepticismo al que sería sujeto por buena parte de su carrera. Afortunadamente, ni siquiera el rechazo inicial en esa importante reunión anual detuvo a Marshall.
Incluso, poco tiempo después, tanto él como Robin Warren escribirían ensayos para la revista científica The Lancet, en donde se explayarían sobre las capacidades de las bacterias para vivir en el estómago, la historia del estudio de estas ante los antibióticos y la posibilidad de que la gastritis y las úlceras causadas por la H. pylori se pudieran tratan con estos. Tristemente, este intento tampoco dio muchos frutos, ya que ambos trabajos apenas y fueron publicados –casi pasándolos por debajo de la mesa–.
…y al rechazo de las grandes farmacéuticas
Por si fuera poco, Barry Marshall también entró en contacto con variadas farmacéuticas luego de su experimento. La meta de este era conseguir financiamiento con el que continuar los estudios y al mismos tiempo mejorar las condiciones de los pacientes que entonces trataban en un hospital en Fremantle. Sin embargo, estas también respondieron con negativas alegando que no era el momento que no contaban con fondos para un financiamiento de ese estilo.
Para Marshall, la “falta de fondos” en era en realidad una clara falta de motivación para colaborar con esta investigación. Todo debido a que, en aquel momento, los fármacos (como el Tagamet) que ayudaban a lidiar con la gastritis (que se consideraba un problema recurrente) eran un negocio millonario que lucraba anualmente a las farmacéuticas. Por lo que, la idea de encontrar no solo un elemento capaz de contrarrestarlas con más efectividad, sino que también ofreciera un efecto duradero, lo era la más atractiva para sus negocios.
Un (lento) cambio de juego
Parecía que Marshall y Warner estaban llegando a otro callejón sin salida cuanto entraron en contacto con otra empresa farmacéutica. Esta fabricaba un producto contra las úlceras conocido como Denel y era uno de los competidores del Tagamet.
Este básicamente ofrecía los mismos resultados que el popular Tagamet; pero, lo que empezó a diferenciarlo era la duración de estos. El medicamento desarrollado con Bismuto podía hacer desaparecer los síntomas de la úlcera y, para 30 de los 100 pacientes que se vigilaron en el estudio, estas nunca volvieron a ser un problema. Por su parte, con el Tagamet, luego de un año, el 100% de los usuarios volvían a necesitar las pastillas para luchar con otro caso de úlceras.
Marshall rápidamente envió el estudio de caso al diario The Medical Journal of Australia en 1985. Sin embargo, pasaron 10 años para que sus postulados comenzaran a tomarse en cuanta y dejaran de ser una mera hipótesis.
Para aquello momento, Marshall habría llegado a Estados Unidos y estaría trabajando en colaboraciones con la Universidad de Virginia. Fue allí donde su apodo “Barry Marshall, el médico conejillo de indias” nacería a causa de la dispersión se la historia de su particular experimento.
Este revuelo comenzaría a llamar la atención del público general. Un detalle que no pasó desapercibido ni por los Centros de Salud Nacionales (NIH, por sus siglas en ingles) ni por la Administración de Drogas y Alimentos (FDA, según sus siglas en inglés) de Estados Unidos. Al final, serían justamente estas dos las que presionarían para oficializar los descubrimientos de Marshall y Warren, a pesar de que las revistas científicas aún se negaban a cooperar.
Reconocimientos al trabajo de Barry Marshall

Luego de su aceptación oficial, no fueron pocos los premios y reconocimientos que llegaron tanto para Marshall como para Warren. Por ejemplo, ambos fueron reconocidos con el Warren Alpert Prize y el Australian Medical Association Award, en 1994 y 1995 respectivamente. En ese mismo año, Marshall recibiría también el Albert Lasker Award.
Para 1996 sería entonces galardonado con el Gairdner Award. Un año más tarde, compartiría con Warren el Paul Ehrlich Prize. Seguidamente, nos topamos con 1998, un año lleno de acontecimientos para Marshall, quien sería galardonado con el DR AH Heineken Prize for Medicine de Ámsterdam, la Florey Medal de Camberra y la Buchanan Medal de la British Society of Medicine.
Para 1999 recibió en Filadelfia la Benjamin Franklin Medal for Life Sciences. Tendría entonces un periodo de descanso hasta el 2002 cuando obtendría el Keio Medical Science Prize y seguidamente la Australian Centenary Medal en el 2003. Pero, la verdadera joya de la corona, el premio Nobel de Medicina, llegaría en el 2005.
Barry Marshall recibe el Nobel de Medicina 2005

Según la página oficial del premio Nobel, Barry Marshall y Warren recibirían el reconocimiento “por el descubrimiento de la bacteria Helicobacter pylori y su papel en la gastritis y la úlcera péptica”. Actualmente, también se ha visto que esta bacteria es el origen del cáncer de estómago, una condición que ahora está casi erradicada y que, antes de Marshall y Warren, tenía uno de los índices más altos de malignidad.
Entonces, como reconocimiento a un descubrimiento que cambiaría el rumbo de la medicina, Marshall y Warren fueron los recipientes del premio Nobel de Fisiología Medicina del año 2005.
¿Dónde está Marshall ahora?

Después de su gran descubrimiento, Marshall no se ha detenido. De hecho, sigue investigando la gastritis y las úlceras, con la esperanza de crear una vacuna definitiva contra la enfermedad.
Debido a las características de H. pylori atacarla con un mismo antibiótico para todos no es posible. Por lo que, el enfoque del nuevo experimento de Barry Marshall se encuentra en ubicar un componente no activo de la bacteria que pueda introducirse al organismo para que este haga vida en el estómago. De esta forma, bloqueará a otras cepas y enseñará al sistema inmunológico a defenderse de ellas. Hasta ahora, esto se trata aún de una teoría, pero Marshall, como siempre, tiene fe de que su esfuerzo dará resultados.
Adicionalmente, Marshall trabaja como profesor clínico de microbiología en la Universidad de Australia Occidental y en la Universidad de Virginia, Estados Unidos. En su tiempo libre se mantiene acompañado de su esposa y de sus cuatro hijos. Como vemos, a sus 69 años, Marshall aún tiene mucho que mostrarnos.

Una vez el mundo finalmente aceptó los postulados de Warren y Marshall, el experimento de este último realmente rindió frutos. Gracias a él, no solo se probó que la H. pylori podía crecer en el organismo, sino que fue el revuelo que la historia de este causó que los organismos de salud estadounidenses terminaron por tomar interés en el caso y comenzaron a presionar para su aceptación.
Ahora, el experimento de Marshall también es un sello que lo identifica y por el que lo recordarán las generaciones venideras. Sin dudas, tenemos mucho que agradecerle a Marshall. Pero, el primer lugar, debemos reconocer justamente su determinación y la valentía que tuvo al poner incluso su vida en juego, con tal de hacer el descubrimiento que incluso ahora da forma a la medicina.