La capacidad de aprender y traspasar nuestros conocimientos es una de las habilidades que, como especie, nos han llevado hasta donde estamos. Por esto, el comprender todas sus facetas implica también descubrir la forma en la que funcionamos como individuos y como miembros de una sociedad.
En general, se sabe que el aprendizaje no se da de la misma forma para todas las personas y que, dependiendo de variadas condiciones externas (por ejemplo la aprobación o recompensas que se obtengan por una conducta particular) pueden influir en qué se asimila primero y qué se ignora.
Sin embargo, ahora una nueva investigación publicada recientemente en Nature Human Behavior ha señalado un nuevo aspecto a tener en consideración en este proceso. Con esta nueva perspectiva, los factores externos pasan a un segundo plano y nuestro libre albedrío pasa al frente. Según el estudio, es a través de este y de la elección por cuenta propia que nuestra mente se vuelve más efectiva a la hora de aprender.
Descartando posibilidades
Debido a que el proceso de aprendizaje y todos los sesgos que influyen en él se encuentran altamente relacionados, los investigadores del Instituto Nacional Francés de Salud e Investigación Médica (INSERM) tuvieron mucho cuidado de delimitar sus resultados y eliminar las ambigüedades.
Stefano Palminteri, primer autor del estudio, trabajó con Valérian Chambon, Héloïse Théro, Marie Vidal, Henri Vandendriessche y Patrick Haggard para poder comprender cómo se manejaba el proceso de aprendizaje de una persona cuando esta tenía libertad de decisión y cuando no.
Sin embargo, para poder determinar el efecto de estas variables específicas, era necesario descastar otras posibles influencias, como las ejercidas por el sesgo de recompensa y el sesgo de confirmación. El primero, como su nombre lo dice, implica que somos más propesos a asimilar un conocimiento o conducta cuando este conlleva a una recompensa. Por su parte, el segundo indica que tendemos a aprender con más facilidad cuando la información confirma una creencia que ya tenemos –y que, además, solemos ignorar las evidencias que la refutan–.
Al alterar las cantidades de las recompensas haciéndolas más altas, más bajas y iguales a los “castigos” los investigadores lograron determinar que las personas podían aprender tanto de refuerzos positivos como de negativos.
Finalmente, para eliminar el sesgo de confirmación, los investigadores colocaron a una máquina a guiar algunas elecciones de los participantes. En esta ocasión, tuvieran o no altas recompensas (y hubieran o no seleccionado las opciones más beneficiosas) el nivel de aprendizaje de los individuos fue menor.
Sesgo de confirmación de elección
Esta situación dentro del experimento fue la que sacó a relucir lo que se denominó como “sesgo de confirmación de elección”. Efectivamente, cuando las personas obtuvieron resultados positivos por sus elecciones, aprendieron más rápido de ellas.
Sin embargo, si obtenían los mismos resultados positivos, al seleccionar la misma opción, pero no por su cuenta (sino ordenados por una computadora) los niveles de aprendizaje fueron mucho menores.
En resumen, se concluyó que el nivel de participación que tengamos en una elección influye en la capacidad que tendremos de aprender de esta. Básicamente, mientras más control tengamos sobre nuestras decisiones, más posibilidades tendremos de aprender de ellas. Por otra parte, cuando nuestras elecciones no son verdaderamente nuestras, sino “forzadas” o influenciadas, entonces el aprendizaje que obtenemos es menor –ya sea que la situación termine de forma positiva o no–.
Tomando el control del aprendizaje
Sentir “poder” sobre nuestro entorno y cómo podemos modificarlo a través de nuestras decisiones puede ser un gran incentivo para aprender con más facilidad. Todo debido a que nuestro interés en los resultados es mayor cuando sabemos que estos dependen verdaderamente de nosotros y no de un tercero.
Debido a esto, es posible entender que el nivel de control que sintamos tener sobre nuestras acciones puede influir en cómo aprendemos de nuestro entorno. En otras palabras, mientras más comprometidos estemos a interactuar con el ambiente, más posibilidades tendremos de asimilar conocimientos sobre este.
Explicando los delirios ¿una sensación de control excesiva?
Entender cómo percibimos el control que tenemos sobre nuestras decisiones y cómo afectan nuestro aprendizaje nos permite ver cómo funciona nuestra mente en condiciones estándar. Sin embargo, este fenómeno llevado al extremo también puede llegar a causar disociaciones de la conducta y la percepción.
Por ejemplo, los delirios –creencias fijas que no responden necesariamente a la realidad y que no son fácilmente disuadidos ni siquiera con pruebas claras en su contra– pueden partir de una sensación exacerbada de control sobre nuestras decisiones. Estos pueden llegar a ser tan extremos con pensar que uno mismo es Dios o que ha sido secuestrado por alienígenas; pero, también puede venir de la mano con otras creencias erróneas menos extremas.
Un ejemplo de esto se puede ver en la actual pandemia del COVID-19. Durante esta, se ha comenzado a creer que el uso de mascarillas realmente es una amenaza para la salud respiratoria de las personas. Claramente esto no tiene bases científicas, pero esto no ha evitado que la creencia se expanda como pólvora.
Por ahora, no se ha podido determinar verdaderamente que el nivel de control sobre las decisiones lleve a estos casos de delirio y psicosis. No obstante, los resultados de esta investigación sí llegan a sugerir al menos que es posible. Ya que, si las personas experimentan el sesgo de confirmación de elección compulsivamente sobre un mismo elemento, pueden terminar desarrollando percepciones erróneas (y casi inquebrantables) sobre este.
Referencias:
Information about action outcomes differentially affects learning from self-determined versus imposed choices: https://doi.org/10.1038/s41562-020-0919-5
Paranoia and Belief Updating During a Crisis: 10.31234/osf.io/mtces