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Ciencia

Estos son los 3 golpes más duros que le ha dado la ciencia al ego de la humanidad

Por Maria Hernández MéndezFeb 3, 20198 minutos de lectura
Estatua en honor a Copérnico y sus contribuciones a la ciencia.
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Desde que el hombre adquirió consciencia de sí mismo, se desarrolló la idea de que el ser humano es el centro del universo. Es lo que se conoce como antropocentrismo. Específicamente, el antropocentrismo se trata de una concepción filosófica a partir de la que se considera al ser humano como el centro de todas las cosas y el fin absoluto de la creación.

Sobre la base de estos planteamientos, la humanidad ha desarrollado un gran ego. Sin embargo, si bien es cierto que el ser humano puede ser superior a otras especies -en algunos aspectos- no difiere tanto de otros animales, ni mucho menos es el centro del universo.

Al menos, eso es lo que ha demostrado la ciencia. En este caso, te presentamos los tres golpes más duros que le ha dado la ciencia al ego de la humanidad.

El golpe cosmológico: la Tierra no es el centro del universo

Copérnico fue el responsable del primer golpe al ego de la humanidad.

Hasta hace unos cuantos siglos, la humanidad estaba segura de que la Tierra, su hogar, se localizaba en el centro del universo. Esto significa que el resto de los astros se movían alrededor de nuestro planeta, describiendo orbitas en torno a la Tierra.

Esta creencia se mantuvo hasta el siglo XVI, cuando Nicolás Copérnico le demostró al mundo que nuestro planeta no es el centro del universo, sino que, al igual que otros planetas, giraba en torno al Sol. Así, este sería el primer gran golpe que le proporciona la ciencia a la humanidad: el golpe cosmológico.

Tal como sabemos actualmente, la Tierra no es más que un pequeño astro más en un infinito universo de otros astros. En otras palabras, nuestro planeta, no es el centro del universo, sino que es un cuerpo planetario más que gira en torno a una gran estrella, en una de las innumerables galaxias que conforman en cosmos.

Así, la idea de que nuestro planeta no es el centro del universo, derivada de la teoría de Copérnico y más adelante retomada por Galileo, representa la primera gran herida al ego de la humanidad. No por nada, para aquella época, ambos científicos fueron objeto de rechazo.

Muestra de ello fue el voto de censura que los teólogos consultores de la Inquisición emitieron en contra de la teoría heliocéntrica de Copérnico en 1616. A partir de ese momento, la obra maestra del científico formó parte del índice de libros prohibidos, hasta el año de 1835.

No obstante, estos planteamientos eran importantes para el cálculo preciso de los movimientos de los planetas, lo que, a su vez, se relacionaba con la reforma del calendario. Teniendo esto en cuenta, resultó realmente difícil censurar su obra por completo.

Eppur si muove

Algo similar ocurrió en el caso de Galileo, figura importante de la revolución científica. A grandes rasgos, las revolucionarias ideas de Galileo sobre el movimiento de los planetas, fueron criticadas y rechazadas por la Inquisición, lo que estuvo a punto de costarle la vida. En este sentido, el científico fue obligado a retractarse públicamente de sus ideas.

Sin embargo, con una actitud desafiante al momento de la abjuración, Galileo pronunció una frase que quedaría para la historia: “Eppur si muove”, lo que se traduce como “y, sin embargo, se mueve”, en referencia al movimiento de la Tierra. Defendiendo sus planteamientos implícitamente, a sabiendas de estar frente a quienes podían torturarlo hasta morir.

El golpe biológico: el hombre no es más que un animal

La teoría de la evolución de las especies de Darwin afectó el autoestima de la humanidad.

El segundo gran golpe que la ciencia le ha dado al ego de la humanidad viene desde el campo de la Biología. Desde la antigüedad, el ser humano se ha creído superior al resto de los animales, creyéndose diferente e imponiendo una gran brecha entre los animales y el hombre.

Esto se mantuvo así hasta el siglo XIX cuando Charles Darwin hizo pública su teoría sobre la evolución de las especies; de allí se deriva la idea de que el hombre no es más que cualquier otro animal.

Como si esto no fuese suficiente para el ego de la humanidad, en la Teoría de la Evolución de las Especies, se deja ver que el ser humano no es ni siquiera la cumbre de la evolución. Todo esto, abrió una segunda herida en el ego humano.

En este sentido, se propone que el ser humano no es el producto único e inigualable de la creación divina, sino que es un eslabón más en la cadena evolutiva, tal como el resto de los seres vivientes. Esto no fue algo sencillo de aceptar por la humanidad. Más bien, para que el ser humano digiriera esta teoría, fue necesario superar un sinnúmero de objeciones ideológicas, religiosas y científicas.

Lo más sorprendente de todo es que, aún hoy, está herida pareciese estar abierta, al menos para aquellos que defienden el creacionismo.

Así, para 1859, la sencilla idea de que el ser humano evolucionó del simio y no fue creado por una fuerza divina, representó una intensa revolución científica y social que fue duramente criticada por diversas religiones. De un momento a otro, el Génesis y la creación del mundo en seis días, dejó de ser una certeza.

Darwin versus la Iglesia y la sociedad

En atención a esto, las autoridades eclesiásticas atacaron duramente al científico. A modo de anécdota, un año después de la publicación de “El origen de las especies”, se produjo lo que se considera como el primer gran debate público entre la ciencia y la Fe.

En este caso, los protagonistas del debate fueron Samuel Wilberforce, obispo de Oxford, y Thomas Huxley, de parte del evolucionismo, también llamado “El bulldog de Darwin”. Así, en un acalorado momento durante el debate, el obispo increpó groseramente a Huxley, al preguntarle si prefería descender del mono por parte de su madre o de su padre.

Ante ello, el evolucionista argumentó que prefería ser familia de un simio antes de estar relacionado con alguien con el obispo, a quien acusó de usar vilmente sus habilidades de oratoria para desprestigiar autoritariamente un planteamiento científico.

Aún más, el rechazo que tuvo que enfrentar Darwin trascendió los límites de su hogar. Su esposa, Emma Wedgwood, aferrada a sus principios religiosos, también se opuso a los planteamientos del científico y manifestaba sentir temor de que su esposo renunciara a Dios, haciendo imposible que le acompañara en su otra vida.

El golpe psicológico: no existe tal cosa como el libre albedrío

Los planteamientos de Freud escandalizaron a la sociedad victoriana.

Aún hoy, las personas se creen libres y dueñas de sí mismas. En este sentido, se cree que tomamos libremente cada una de nuestras decisiones y que nuestro comportamiento es autodeterminado. Es lo que se conoce como libre albedrío.

A grandes rasgos, el libre albedrío es la creencia que se desprende de algunas doctrinas filosóficas, a partir de la que se sostiene que las personas tienen el poder de elegir y tomar sus propias decisiones. Incluso, algunos plantean que esta capacidad es lo que nos diferencia del resto de los animales, que son dominados por sus instintos.

Sin embargo, llegó la Psicología Moderna y le propinó un tercer golpe al ego de la humanidad, al demostrar que las personas no son dueñas de sus actos. El primero en defender esta idea fue Sigmund Freud, padre del Psicoanálisis.

Nuestros actos están determinados por el inconsciente

A grandes rasgos, Freud plantea que el comportamiento humano está determinado por fuerzas en pugna que deben atravesar barreras de censura antes de manifestarse. En este sentido, según Freud, el aparato psíquico se compone de tres elementos, el Ello, el Yo y el Súper Yo.

El Ello, representa impulsos inconscientes, originados con el objetivo de satisfacer necesidades físicas, como el hambre y el sexo. Esta instancia, funciona bajo el principio del placer; por tanto, su función es evitar el dolor y lograr el placer.

Por su parte, el Súper Yo, funciona como una especie de consciencia moral, cuyo objetivo es imponer límites a los impulsos del Ello. En este caso, el Súper Yo tiene su origen en las convenciones sociales compartidas por la humanidad e internalizadas a lo largo del proceso de socialización.

En tercer lugar, el Yo funciona como un punto de equilibrio entre el Ello y el Súper Yo. Así, mientras las dos instancias anteriores son inconscientes, esta sería el único elemento del aparato psíquico reconocido por el individuo. Su función principal sería mediar entre el Ello y Súper Yo, satisfaciendo las demandas del ello dentro de lo que se acepta socialmente.

Si pudiésemos hacer una metáfora con un automóvil, el Ello sería el acelerador, el Súper Yo el freno y el Yo el conductor. En este sentido, de acuerdo a Freud, el comportamiento humano está determinado por la pugna entre estas fuerzas psíquicas.

Este representaría un golpe a la supuesta libre determinación del ser humano pues plantea que, en lugar de existir libertad en cuanto a la toma de decisiones, lo que determina el comportamiento humano son las fuerzas psíquicas inconscientes.

Está de más decir que este planteamiento, junto a otros relacionados a la moral y la sexualidad humana, le valió un duro rechazo al psicoanalista desde la iglesia y la sociedad.

Referencias:

  1. Darwin’s Dangerous Idea. https://doi.org/10.1002/j.2326-1951.1995.tb03633.x
  2. Copernicus, Galileo, and the Church: Science in a Religious World. Inquieres Journal
  3. Comments on the Psychoanalytic Theory of the EGO. https://doi.org/10.1080/00797308.1950.11822886
Copérnico Darwin Ego Freud Humanidad

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