Para que se formen los fósiles, no queda duda de que uno de los ingredientes principales es el tiempo: miles de millones de años. Esto hace que sea sumamente complicado estudiar el proceso en vivo y directo.

No obstante, un equipo de científicos lo ha logrado; para estudiar el proceso de fosilización en acción, han descubierto la forma de comprimir este largo proceso en un solo día.

Existen otros mecanismos para hacerlo, tal como el proceso de maduración artificial, a partir del cual se aplica calor y presión, de forma similar al método de alta presión y alta temperatura con el que se crean diamantes sintéticos.

Así, el objetivo de los investigadores era recrear lo que suele tardarse miles de millones de años, es decir, el proceso de fosilización: cuando una pieza de material orgánico se entierra en sedimento y se le ejerce presión mientras el calor geotérmico cumple las funciones de un horno desde el interior de la Tierra, lo que suele dejar impresiones de carbono.

No obstante, al intentarlo, el Paleobiólogo del Museo de Campo, Evan Saitta, encargado del experimento, se dió cuenta de que el proceso es bastante inconsistente. Al probarlo con plumas, en un primer momento, más que con fósiles, terminó con un montón de lodo apestoso.

Sobre esto, Jakob Vinther, de la Universidad de Bristol, plantea:

“Nos dimos cuenta de que los fósiles no son simplemente el resultado de la rapidez de proceso de putrefacción, sino mas bien forman parte de la composición molecular de los diferentes tejidos”.

En torno a esto, Saitta plantea que el ingrediente faltante podía ser el sedimento, que es donde los fósiles se forman de forma natural, puesto que la porosidad de este material permite que los líquidos malolientes se drenen, dejando un buen fósil seco.

Para probar esto, se asoció con Tom Kaye, de la Fundación para el Avance Científico, con el objetivo de crear fósiles carbonáceos a partir de muestras actuales de plantas y animales.

Entonces, tomaron muestras compuestas por lagartos, plumas de aves, hojas y resina, que fueron colocadas en una prensa hidráulica a fin de comprimirlas en pequeñas tabletas de sedimento de unos 19 milímetros de diámetro.

Luego, las colocaron en un tubo de metal sellado y las calentaron en un horno de laboratorio a temperaturas aproximadas a 210 grados Celsius, al mismo tiempo que se les aplicaba una presión de 3,500 psi.

Al hacerlo, obtuvieron unos fósiles increíblemente bien conservados, lo que maravilló a los científicos. Parecían fósiles reales: encontraron partes oscuras de piel y escamas junto a los huesos que se mantuvieron.

La imágenes B, C, H e I son fósiles sintéticos, mientras que la imagen K pertenece a una lagartija fosilizada del Eoceno. Créditos: Saitta et al/Palaeontology

Asimismo, observaron bajo el microscopio los fósiles elaborados, dándose cuenta de que las impresiones estaban formadas por melanosomas, un tipo de organulo que se encuentra en las células de los animales, encargados de la producción y almacenamiento del pigmento melanina, lo que le da color a la piel y al cabello.

Sólo las imágenes K y L son fósiles reales, el resto fueron creados por los investigadores. Créditos: Saitta et al/Palaeontology.

De la misma forma, así como los fósiles reales carecen de proteínas y grasas, los fósiles creados en el laboratorio estaban libres de esto.

De acuerdo a los expertos, el sedimento agregado, permitió que estas biomoléculas inestables se filtraran, evitando que el fósil se convirtiera en lodo. Esto abre todo un campo de investigación en torno a los fósiles carbonáceos, que son los que conservan tejidos como la piel y la pluma, dándonos mucha información sobre la evolución de los animales.

En conclusión, este nuevo método hizo posible el estudio del proceso de fosilización, ahorrándonos unos setenta millones de años, lo que representa un gran avance en el campo de la paleontología y quizás, hasta un nuevo mercado para aquellas personas que quieran fosilizar a sus mascotas.

Referencia: Sediment‐encased maturation: a novel method for simulating diagenesis in organic fossil preservation, (2018). https://doi.org/10.1111/pala.12386

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