Cuando se trata del uso de teléfonos inteligentes, la literatura científica actual es abrumadoramente pesimista, advirtiéndonos de los peligros que estas nuevas tecnologías inducen. De acuerdo a la opinión de un nutrido grupo de investigadores, el uso de estos dispositivos se asocia con la depresión, el materialismo y la ansiedad social, generando una generación de zombis antisociales, crónicamente ansiosos y obsesionados con sí mismos.
Si bien estos hallazgos plantean importantes preocupaciones, una investigación realizada por científicos de la Universidad McGill, propone llevar esta cuestión a un enfoque evolutivo más amplio y encontraron que no se trata de que los teléfonos inteligentes en sí mismos son adictivos, sino que como especie somos adictos a la sociabilidad que ofrecen.
Bajo esta visión, los investigadores hicieron una revisión de la literatura actual sobre el uso disfuncional de la tecnología inteligente, encontrando que este impulso por la sociabilidad es una característica fundamental de la evolución humana, la cual precede en miles de años a los teléfonos inteligentes. En pocas palabras, la adicción a los teléfonos inteligentes estimula la sociabilidad.
Jugar videojuegos, simplificar tareas difíciles como memorizar horarios o disponer de orientación espacial, y tener acceso instantáneo a noticias e información se encuentran entre las funciones cotidianas de teléfonos inteligentes que se sabe que son altamente adictivas.
A primera vista, estos dominios no parecieran ser prosociales; al menos no en la misma medida que las redes sociales, pero desde una perspectiva evolutiva, la capacidad humana para funcionar óptimamente en cualquier entorno, se basa en tener acceso a un repertorio amplio y acumulativo de información cultural.
Los videojuegos están respaldados por dimensiones sociales que pueden no ser fácilmente apreciables, tanto para los usuarios como para los críticos, a pesar de que muchos implican recompensas sociales explícitas por jugar en línea con otros usuarios.
Sin embargo, las recompensas derivadas de los juegos son sociales de maneras más indirectas. El impulso humano por los juegos y la competencia, de hecho, también está arraigado en los mecanismos de evolución social, en los que la competencia ha ayudado a impulsar la expansión iterativa de las habilidades, el conocimiento y la tecnología.
Al tratar de sobresalir en un juego difícil, estamos ensayando la excelencia en determinados dominios de habilidad, pero también en el dominio de la competencia social en sí.
Los investigadores argumentan que los teléfonos inteligentes proporcionan una extensión hipereficiente de impulsos evolutivos profundos para conectarse con los demás, aprender de los demás, pero también compararnos y competir con los demás.
El investigador Samuel Veissière, profesor en la División de Psiquiatría Social y Transcultural, en el Departamento de Antropología de McGill y coautor del estudio, explica: “El deseo de observar y controlar a los demás, pero también de ser visto y monitoreado por otros, se encuentra en lo profundo de nuestro pasado evolutivo.”
Los autores de la investigación concluyen reconociendo que existe una controversia entre los enfoques de investigación, pero señalan que cuando se usa con fines sociales juiciosos, el uso de teléfonos inteligentes y redes sociales, puede producir muchos resultados positivos, desde el desarrollo de un mayor bienestar subjetivo hasta mejores relaciones personales.